Tricárico Primera parte

El tano nació en un pueblito en el medio de la nada del sur de Italia. No sé mucho de su infancia pero teniendo en cuenta cuándo nació, es mejor ni enterarse. A su padre se lo llevó la injusticia disfrazada de guerra y su madre fue una mujer de esas que ya no hay más. Los italianos tenemos una cosa muy particular y es que por más lejos que nos alejemos, siempre recordamos nuestra tierra, nos pasamos la vida hablando de ella. Antonio hizo eso desde el primer día que lo vi. De sus relatos, uno de los que me fascinaba era cuando hablaba de su novia a quien visitaba luego de horas de pedalear por la montaña. Como un personaje de Les triplettes de belleville, lo imagino al tano andando bajo el sol y la lluvia para ver a la que después de muchas penurias se convirtió en la madre de sus hijos. Pero no me quiero adelantar. Irse de un lugar para estar mejor, es una práctica antiquísima, generalmente es una decisión traumática, pero se torna desesperada cuando el móvil no es otro más que el hambre. Así fue que un día emprendió el viaje, lejos de las historias de piratas, subió a un barco siendo un niño con nada que perder y bajó hecho un hombre de 17 años con todo por hacer. En su travesía, como en un sueño, pasó por Jamaica, tierra que le produjo una fascinación que aún perdura. Tanto era el hambre, que según contó un día, que si en ese momento ponían un sandwich de mortadela arriba de un palo enjabonado de 13 metros en una plaza, él trepaba arriba de todo primero que nadie. Y así llegaban al país, con una soledad hoy inimaginable, con tanta educación como dinero en los bolsillos, la tradición en el ADN y quizás la experiencia en algún oficio, siempre amplificada al momento de buscar trabajo. Dejó atrás a su familia, un amor y el país de la miseria, llegó al de la abundancia y las oportunidades, a otro, no el que te recibe con una verde mujer saludando con una antorcha en la mano. Y así fue que un día de 1951 Antonio pisó estas tierras.

fin de la primera parte