Hace tiempo que quiero escribir sobre mi hija y por una cosa u otra, no me sentaba. "Hoy escribo", pensaba y nada. Así pasaron muchos días hasta hoy. Anaïs vino en un momento complicado de mi vida. Con una relación sin afianzar, con un embarazo no querido, con mil cosas sin resolver sobre qué quería hacer de mí. A la aceptación incompleta, le siguió la responsabilidad de montar una familia on the road. En movimiento. Sin red, sin casamiento, sin un trabajo fijo. Las únicas certezas eran que la panza crecía y que iba a ser padre. Yo tenía 26 años y venía mi primer hijo en camino. El Dr que atendió a la mamá era un personaje que le hizo una sola ecografía así que no supe el sexo de mi bebé hasta que nació (OBVIAMENTE era un varón lleno de salsa en las venas y con quien iba a compartir lo que no pude compartir con mi padre). El día del parto lo recuerdo indeleble segundo a segundo. Con dos amigos y el bisabuelo materno como única compañía, estuve de acá para allá en trance ante tanta sangre sudor y lágrimas. En la sala de partos soporté sin desmayarme cosas inimaginables hasta que el mundo se derrumbó con las palabras del obstetra: "Es una nena".
Silencio, el ruido de mi corazón partiéndose en mil pedazos sólo lo escuché yo. No era Lazslo quien nacia, no era un varón. Adiós al sueño. El Scalectrix, la 10 que usó Bochini, una catarata de imágenes me empaparon antes de decir el adios final al sueño de un primogénito.
Nena. No puede ser. Salí de la sala en shock. Los abrazos, la transpiración, los llamados por teléfono. Nena. Tardé un tiempo en descubrir que eso fue lo mejor que me pudo haber pasado en la vida. La misma vida que dejó de ser mía cuando la abracé la primera vez. Desde ese instante tuve dos corazones. Y la infinita felicidad era una mezcla de amor, miedo, esperanza, ternura, ganas. Aprendí a conectarme con ese ser que le dió sentido a mi existencia.
Y se llamó Ain por un año porque no aceptaron su nombre en el registro. Gracias a una carta lacrimógena, se llamó Anaïs (no se pronuncia Ane como le decía la mersa al perfume: Ané-Ané) y como negro sabiola, le dije Ané hasta que Pablin me mandó un vhs desde París con un comercial de Anaïs Anaïs y todos aprendimos cómo decir su nombre. Y creció, dulce, inteligente, con carácter. Amorosa como nadie de mi familia, y como en la parte materna las primeras 4 letras de esta oración no las conocen ni mezcladas con otras, Anaïs era alguien diferente. Y para mejor. Los primeros años fué la reina indiscutida de la casa y de mi vida. Siempre tuvo una seguridad afectiva, envidiable. Te hacía sentir cómo recibía todo el amor que le dábamos. Con una sonrisa, con un abrazo. Hasta que empezó un día el jardín y verla de uniforme me hizo ver, de golpe, que mi bebé ya no era un bebé. Cuando ese año murió mamá, me alegró saber que la conoció. Que supo que no sólo se parecían físicamente sino que en el fondo veía su reflejo, la escencia. Compartían la inteligencia, la chispa, la mirada, los gestos, el seño fruncido. Y después vino otro embarazo y los celos lógicos, un poquito nomás. El día que Milo nació yo elegí estar con Anaïs en vez de la sala de partos. Nos fuimos al Burguer King de la esquina de Ayacucho y Santa Fe, despreocupados sin saber que el otro estaba asomandose al mundo y recuerdo que charlamos un rato largo. Un hermano, y qué pedazo de hermano! Un demandante de atención ininterrumpida, con una familia entera envuelta con moño para regalo por sus manejos. Y Anï lo quiso de entrada, lo cuidó, lo protegió siempre. Lo bancó, para ser exactos. Siempre. Y comenzó el primario de guardapolvo blanco, con dos colitas en el pelo. Creciendo de golpe una vez más. De entrada fue buena alumna pero luego descubrimos que era buena compañera también, y que era a quien acudían los demás ante un problema. Era la amiga de fierro. Los laureles del colegio fueron el espejo donde pude verme, en eso, Anu es como yo. Tiene una cabeza Rucci 100% (tan grande como dura). Y las contestaciones desde esa época me lo confirmaron. Yo siempre le dije que uno hace a sus padres. Que no se calle la boca, que si piensa distinto lo diga. Y lo hizo. Es la única Rucci que habla poco pero cuando lo hace deja a todos boquiabiertos. Siempre fue una chica centrada. El otro día un amigo me mandó un copy sobre Sol, su hija y me decía que soñaba con que no conociera el mundo real, el dolor, las lágrimas y saben qué? Yo quiero que mis hijos conozcan el mundo real. Que sepan que existe gente que se rompe el culo y no puede darle de comer a sus hijos. Quiero que viajen en el roca, que sepan que existe el mundo después de Constitución. Que trabajen y se sientan útiles, que sean solidarios y sensibles a los problemas del otro. Que entiendan a los demás, que conozcan el país donde viven. Que uno tiene que esforzarse para obtener las cosas, más cuando lo único que les voy a heredar es saber que el fin de todo esto no es el dinero. A la alumna especial le agregó Anaïs la hija especial, la que funciona como un reloj, la que acepta que su hermano es un agujero negro de afecto y atención, donde ella también lo nutre de ambas cosas. Y creció Anaïs recibiendo amor, terminó el primario y se fue un verano de egresados. Y comenzó el secundario. Y siguió siendo un ejemplo. Y volvió a crecer de golpe hace dos semanas cuando fue a bailar por primera vez y me sentí viejo de verdad. Su respuesta de "vos también vas" me hizo reir y mis aberrantes argumentos de tano retrógrado de "mira pendeja...." son parte de un papel que monto para los demás. Yo me siento muy unido a ella. Mi escena favorita de Los Sopranos es cuando Tony le dice a Meadow que ella es igual que él. Será porque Anaïs es igual que yo en muchas cosas. Mal que le pese. Y como todos los padres del mundo, deseo con toda mi alma que sea feliz, que disfrute de su adolescencia. Que ame, que sea amada, que tenga la cabeza bien puesta como hasta ahora y que la pierda como corresponde cuando le toque perderla. Que no tenga culpa en su vida amorosa, que involucre a su familia y que sepa que por más ...................... (tengo ganas de poner muchas palabritas acá pero es too much italian, así que lo dejo para otro día) que sean sus novios, me los voy a bancar por ella, porque eso también es ser padre. Que sea pilla con las drogas. Que sepa decir no. Que cuando diga Sí, esté convencida (y no me refiero a las drogas). Que elija buena compañia. Que tenga amigas de verdad y que sea buena amiga por sobre todo. Y quien te dice, que estudie o que abra su cabeza al menos, y piense; y que sea justa con su visión del mundo. Que esté del lado de los buenos o del que ella crea que son los buenos. Que tenga hijos si quiere o no, que tenga la orientación sexual que se el cante. Que siga siendo buena. Porque los hijos perfectos no existen, pero créanme: hasta hoy (toco madera) Anaïs está muy cerca de serlo. Ella, mi sol.
clap
Siempre me gustó lo onomatopéyica que es la palabra aplauso en inglés: clap. Ni más ni menos, está todo ahí servido. Clap.
El aplauso nació para decir algo ante la emoción, o al menos eso quiero creer. Dos manos chocando para expresar algo que a veces no se puede con la boca. Porque lo que da el aplauso no lo da nada. Yo quiero contarles un aplauso que no puedo olvidar, que sentí dar al unísono con mucha gente como comulgando. En el 2001 mi país terminó de irse a la mierda como nunca imaginamos que se iba a ir. La incertidumbre es endémica en la Argentina pero nunca la sufrí tanto. Un día en un acto escolar, sentí a la bandera y el himno como nunca antes. Y eso que viví la expedición vacía a las islas, el fin de la dictadura y lo vi a diego puteando en Nápoles, pero esta vez lo sentí en las tripas, con odio a los que nos robaron la nación. Acompañado por cientos de pibes sin patria, sin futuro, sin trabajo y con padres sin un mango. Con sueldos devaluados un 30% y desocupación más alta que eso. Con la radio vomitando que el dólar se iba a $15. Con los aviones llenos de profesionales con destino de Barajas. No recuerdo el motivo de este acto pero la profe de musica hizo cantar a un grupito de chicos la canción de María Elena Walsh: "Serenata para la tierra de uno" La cantamos todos, como un himno, con el pecho lleno de dolor y lágrimas en los ojos. Las mismas que me caen ahora. Cuando terminó, el fantasma de nuestros próceres sobrevolaron ese patio de Belgrano por un instante porque nos quedamos sin reacción hasta que estalló el aplauso, aplauso rabioso que enrojeció mis manos, mientras un eco todavía me susurraba: "yo quiero vivir en vos"
Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy,
por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos,
porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.
Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Para sembrarte de guitarra,
para cuidarte en cada flor
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
elmundodelosmundos.blogspot.com
El aplauso nació para decir algo ante la emoción, o al menos eso quiero creer. Dos manos chocando para expresar algo que a veces no se puede con la boca. Porque lo que da el aplauso no lo da nada. Yo quiero contarles un aplauso que no puedo olvidar, que sentí dar al unísono con mucha gente como comulgando. En el 2001 mi país terminó de irse a la mierda como nunca imaginamos que se iba a ir. La incertidumbre es endémica en la Argentina pero nunca la sufrí tanto. Un día en un acto escolar, sentí a la bandera y el himno como nunca antes. Y eso que viví la expedición vacía a las islas, el fin de la dictadura y lo vi a diego puteando en Nápoles, pero esta vez lo sentí en las tripas, con odio a los que nos robaron la nación. Acompañado por cientos de pibes sin patria, sin futuro, sin trabajo y con padres sin un mango. Con sueldos devaluados un 30% y desocupación más alta que eso. Con la radio vomitando que el dólar se iba a $15. Con los aviones llenos de profesionales con destino de Barajas. No recuerdo el motivo de este acto pero la profe de musica hizo cantar a un grupito de chicos la canción de María Elena Walsh: "Serenata para la tierra de uno" La cantamos todos, como un himno, con el pecho lleno de dolor y lágrimas en los ojos. Las mismas que me caen ahora. Cuando terminó, el fantasma de nuestros próceres sobrevolaron ese patio de Belgrano por un instante porque nos quedamos sin reacción hasta que estalló el aplauso, aplauso rabioso que enrojeció mis manos, mientras un eco todavía me susurraba: "yo quiero vivir en vos"
Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy,
por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos,
porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.
Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Para sembrarte de guitarra,
para cuidarte en cada flor
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
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buquebus
mi novia es uruguaya y la conocí por este blog. Otro día les cuento cómo. Hace unos meses que jugamos a querernos como dos pendejos y tratamos de llevar adelante la utopía más ridícula de todas: el amor. Como pasa siempre con la gente grande, llegamos a la cancha con mañas, diferencias, chicas y enormes. Yo con mis hijos, ella con sus ilusiones. Los dos atravesamos este momento (soñado por muchos) de estar enamorados con muchas ganas. Ganas de querer, que son de las ganas que hay, de las más nobles. Y me intriga el amor. Mucho. La química que te hace poner así y no se toma con agua. La sensación de que todo puede funcionar, que todo es posible. Yo no creo en dios, en santos, en brujas ni en nada, pero siguiendo el patrón "incoherencia ante todo" de mi sistema operativo, me enfrenté a un par de brujas en distintos momentos de mi vida y me quedé con dos frases que apoyé internamente cuando verificaban y cuando no, me hice muy el boludo. Una era que el amor de mi vida iba a ser una rubia y la otra que no iba a ser argentina. Del catálogo cromático y geográfico de chicas que pasaron por mí, sólo dos verifican, Una se perdió en el pasado y la otra es Mariana. Yo quiero creer que es ella.
Cada vez que estoy en la fila para subir al barco, siento algo parecido y no sólo son las mariposas que tengo en la panza, no, es algo que todavía no descubrí, una adrenalina como la que debieron sentir en la antiguedad aquellos que salían a pelear esperando enfrentar a la muerte en el campo de batalla. Es la sensación de luchar ante algo imposible y sabiendo que vas a perder, sufrir e incluso desaparecer, vas igual al frente. Sin Valhalla. Sin paraíso. Esa lucha desigual ante la rutina, la mezquindad, el egoísmo, el aburrimiento, la indiferencia, la infidelidad y el desamor, la enfrento con todo lo que tengo. Como hice en más de una oportunidad. Estoy en el buquebus, que tomo un par de veces por mes, a veces más, otras menos. Como desde hace 7 meses, viajando a luchar a un país chiquito como nuestra historia, con un río anchísimo en el medio, grande como son nuestras esperanzas de que nos vaya bien.
Es porque soy un boludo la mayor parte del tiempo pero ante el amor me pongo peor, que escribo esto y lo comparto como comparto con vos mi ilusión. La que mientras lees esto compartis conmigo. Porque todos somos hincha del amor. Fanáticos aunque lo neguemos. Por vergüenza o por quedar como un puto. A todos nos pasa algo cuando vemos un beso en la calle, cuando en la pantalla Clint Eastwood bajo la lluvia mira esa camioneta cada vez más lejana o cuando recordamos esa pendejita tonta que nos hizo llorar por primera vez, de amor.
Cada vez que estoy en la fila para subir al barco, siento algo parecido y no sólo son las mariposas que tengo en la panza, no, es algo que todavía no descubrí, una adrenalina como la que debieron sentir en la antiguedad aquellos que salían a pelear esperando enfrentar a la muerte en el campo de batalla. Es la sensación de luchar ante algo imposible y sabiendo que vas a perder, sufrir e incluso desaparecer, vas igual al frente. Sin Valhalla. Sin paraíso. Esa lucha desigual ante la rutina, la mezquindad, el egoísmo, el aburrimiento, la indiferencia, la infidelidad y el desamor, la enfrento con todo lo que tengo. Como hice en más de una oportunidad. Estoy en el buquebus, que tomo un par de veces por mes, a veces más, otras menos. Como desde hace 7 meses, viajando a luchar a un país chiquito como nuestra historia, con un río anchísimo en el medio, grande como son nuestras esperanzas de que nos vaya bien.
Es porque soy un boludo la mayor parte del tiempo pero ante el amor me pongo peor, que escribo esto y lo comparto como comparto con vos mi ilusión. La que mientras lees esto compartis conmigo. Porque todos somos hincha del amor. Fanáticos aunque lo neguemos. Por vergüenza o por quedar como un puto. A todos nos pasa algo cuando vemos un beso en la calle, cuando en la pantalla Clint Eastwood bajo la lluvia mira esa camioneta cada vez más lejana o cuando recordamos esa pendejita tonta que nos hizo llorar por primera vez, de amor.
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