Desde que recuerde siempre ayudé a las personas a observarse. Descubrir lo que les pasa, mostrarles el alma. Devolverles el paso del tiempo, hacerlos sentir. Me tocó vivir en el campo hace ya muchos años y la vida no era fácil en el sur de Córdoba en pleno auge de un país que nunca cumplió lo que prometía. La casa pertenecía a una familia de inmigrantes italianos que a principios del siglo XX no conocían ni la miseria ni la guerra que llegarían irremediablemente unos años después.
Una de las niñas de la casa era distinta, poseía una belleza inigualable y una dulzura que la hacía sobresalir no sólo dentro de su familia sino quizás en su época. Con los años y luego de compartir largas horas con ella, vi que su belleza natural aumentaba día a día hasta alcanzar niveles que ningún artista podía siquiera imaginar. Así pasó su niñez, su adolecencia y cuando se convirtió en mujer no había hombre que no la soñara. Su padre ocupado en las duras tareas a las que fue condenado, era indiferente a casi todo y su madre una mujer simple, celosa de un porvenir que no le pertenecía, fue quien detonó lo que luego supe era el comienzo del fin.
A una cuadra, una familia humilde crió un niño, que luego de hombre, parecía estar a su altura por ganas y empuje. Otra mosca blanca en un lugar perdido para el resto de la humanidad. Como desafiantes a un destino injusto y cruel, comenzaron un romance digno de las mejores plumas. Secreto, intenso, amor en estado puro de ella, la bella y él que había salido de un vientre humilde para llevar con entereza un color de piel que castiga y margina. Como una tragedia de otros tiempos, casi inevitablemente, un día esta madre controladora los descubrió y por su racismo, hizo hasta lo imposible hasta interrumpir lo que haría luego de su hija un fantasma, una sombra. Después de ejercer un poder hoy inimaginable, y ahogarles la ilusión hasta que el amor mutó en impotencia y luego en dolor, disfrutó cuando un día quien pudo ser un hijo más, se casó con alguien más cercano a su linaje, combinando con un contraste menor los colores que socialmente todavía marcan un espectro cargado de tonos y de infamia. Ese casamiento, el seguir viéndolo, vivir tan cerca y estar tan lejos más el saberlo con otra, hicieron que pasara largas horas conmigo. En silencio por momentos, con lágrimas inagotables por otros, día a día su deterioro se hizo ostensible. Palpable. Un abandono que todo el mundo ignoraba pero que reflejaba un plan irrevocable. Lentamente su piel, antes rosada como un atardecer tibio, se fué tornando blanco, como su destino de mármol. Un día dejó de comer y ya no pronunciaba palabra alguna. Menos conmigo, sólo su mirada fija, tratando de ver lo que pudo haber sido, compartiendo mi silencio. El eco de ese sentimiento que la mantenía aún con nosotros fué extinguíendose lentamente como su salud y compartíamos cada vez más tiempo, como si nadie existiera, como preludio de su inexistencia. Largas horas peinándose mientras me limitaba a observar incrédulo el reflejo de su belleza ya extinta. Así la encontraron un día, muerta frente a mi, con un cepillo entre sus manos, yo como único testigo, mudo. Cuando el último calor abandonó su cuerpo, su mirada encerraba toda la tristeza del mundo proyectada por dos perlas azuladas, fijas en mí tratando de que le devuelva algo que ya no le pertenecía.
Un tiempo después me encerraron en un cuarto junto al resto de los muebles y ya no volví a devolver una imagen. Envuelto en papel, delicadamente para que no me rompa, para evitar siete años de mala suerte. Sin que nadie sepa jamás que nada desee más desde entonces, que desaparecer en mil pedazos para tratar de olvidar esa mirada (alguna vez bella y dulce) que me impregnó un sentimiento indeleble que nadie merece sufrir, ni siquiera yo que soy un simple vidrio enmarcado, bañado en sales de plata.
Esta es una historia real.
Muy bueno.
ReplyDeleteSurge: belleza, poesía, tristeza, ternura, humanidad. Y un nudo en el estómago, como con el post de Juan. TA.
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