noche

Ella se levanta todas las mañanas cuando todavía es de noche y sigue así todo el día, sin ver el sol. Toma su tren que la lleva sin asiento hasta constitución y después de bajar unas escaleras sigue bajo tierra hasta el kiosko donde trabaja en la estación Plaza Italia del subte D. Todas las mañanas en su mundo de vagones amarillos y escaleras mecánicas. Detrás de su mostrador desfilan miles de rostros con sueño, preocupaciones y sueños. Por las ventanillas ella ve mil películas y en esas pantallas en movimiento, imagina historias para no ver la suya. Ríos de gente que pasan delante suyo y de esa corriente un día asomó una persona que le cambió sus días de luz fluorescente. La mirada vigilante que le otorgaba su uniforme, la hacía sentir segura, protegida, y los saludos se transformaron en charla primero y en amor después. Hoy levantar la persiana es abrirle la ventana al cielo y espera emocionada que llegue él. Francos, turnos, horarios que conoce al detalle le arman un cronograma de una precisión inusitada que disfruta como sólo se disfruta la víspera. Lo que ayer era una rutina de precios dichos sin ganas, ventas y vueltos desentendidos, se transformó en la escusa perfecta para estar ahí, cerca, con él. Separados por unos dulces envidiosos que apilados en el mostrador, espían debajo del vidrio sus risas, sus palabras. Por eso un día decidieron parar el mundo, para poder besarse a la vista de todos sin que nadie los vea. Escaleras con sus barandas de goma inmóviles y cientos de personas congeladas en un universo detenido en el tiempo donde únicamente laten dos corazones al unísono, con el deseo como motor, ansiando que ese amor sea eterno como lo es la noche en el anden de Plaza Italia en el subte D.

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