Recuerdo claramente mi primer pesadilla. Esa noche la pasé mal pero lógicamente no le di importancia, era un mal sueño. Al otro día repetir la experiencia de pasarla mal mientras dormía, me hizo pensar en que las preocupaciones me estaban pasando factura y no fué hasta que mis hijos se quedaron a dormir en casa la tercer noche que me di cuenta lo que nos pasaba. A los gritos desesperados de mi hija a quien intenté despertar sin éxito, se sumaron los de mi hijo que llorando me abrazaba clavando sus uñas en mis brazos, diciéndome que no soportaba más lo que estaba viendo. Luego de tres interminables horas logré interrumpirles las pesadillas. Eso fué sólo el comienzo. No sé quién fué el primero que lo comentó en el trabajo ni cuál fue la primer nota en la televisión, pero todos, absolutamente todos en Buenos Aires tuvimos pesadillas durante una semana seguida. Después supimos por la tele que el mundo entero pasaba por lo mismo; en la actividad más igualitaria e ininterrumpida de la historia de la humanidad. Al mes, la economía mundial colapsó y por un momento no hubo guerras en ninguna parte, las teníamos todos internamente. Era dios en la tierra castigános, o el diablo jugando con nosotros. El caos en los hospitales, y las calles fue dantesco. A cada instante había cientos de miles de personas que estaban viviendo en el infierno. El terror se escuchaba en los edificios y tuve miedo de quedarme dormido. No sólo la noche era un infierno, también el día porque nadie quería acostarse. Traté de no dormir tomando cuanta pastilla tuve a mi alcance y luego intenté con cocaína; el cuerpo me aguantaba pero al tercer o cuarto día caía rendido. Esas pesadillas eran las peores. Todos soñamos cosas diferentes y nuestros temores se amplificaron hasta lo imposible. Muchos se suicidaron. Mis vecinos organizaron reuniones donde nos turnabamos para contenernos mientras padecíamos nuestras íntimas torturas nocturnas. Yo imaginé mil cosas, entre ellas una invasión extraterrestre, un descalabro a nivel global de nuestra existencia. La raza humana veía su fin. Nadie en su sano juicio encontró razón alguna para explicar este fenómeno coherentemente. Las iglesias rebalsaban de gente rezando y durmiendo de a minutos que fue la forma de esquivar nuestro destino. Un tercio de la población mundial desapareció, apocalipsis en tiempo real.
No recuerdo cuándo fué, pero un día mi hijo durmió plácidamente. Lentamente pudimos descansar. Horas. Incluso hubo noches que ni soñamos. Así, hasta que las pesadillas nos abandonaron. Poco a poco todos comenzaron a olvidar lo sucedido, y me sorprendió que de pronto no se habló más de ello. Me miraron extrañamente cuando pregunté si alguien había vuelto a tener un incidente. Nadie recuerda, absolutamente nadie. Me negaron uno y otro que lo que les acabo de contar haya ocurrido. Las cicatrices en mi cuerpo me lo refrescan. Cierro los ojos y la oscuridad vuelve a mi, vividamente, pero sólo yo recordaba. Lo más extraño es que un amigo cuyo padre se suicidó una semana antes de que todo termine, me dijo que su padre falleció cuando él tenía 10 años. No puedo entender cómo viví cosas que nunca ocurrieron. No hay rastros de lo que pasó. Comencé a dudar de mi cordura, incluso de haberme hecho las marcas en los brazos yo mismo.
Hasta hoy, cuando sin querer escuché una conversación en un bar. Al darse cuenta que los había oído, callaron súbitamente. Hablaban de las pesadillas. Me fuí corriendo y sentí que me perseguían hasta que los perdí de vista. En ese momento descubrí la verdad y el terror que sentí, es el mismo que se va a apoderar de vos cuando recuerdes lo que pasamos, porque es muy probable que las pesadillas que tuvimos aún continúen. Y no te des cuenta.
Imaginá lo contrario. Imaginá que los sueños fueran hermosos, mucho mejores que la realidad. ¿No sería igualmente un caos?
ReplyDeleteMe gustó mucho Flavio.
Un abrazo.
Muy Bueno.
ReplyDeleteMuy.