Vivo en este laberíntico misterio que nos ofrece la ciudad de buenos aires desde hace unos años. Desde que un día se fueron Sebas y Titi a la madre patria a buscar el futuro que acá no imaginaban. Y todo este tiempo sentí lejana esta casa. Era una casa, no mi hogar. A unos metros de la esquina de Bauness y Bauness. Será que me vine de prepo que no la quiero. Será que mi permanencia es inestable. Por el miedo a que vuelvan los chicos de golpe, o que la vendan o que me pidan mil euros de alquiler, nada es peor que no saber dónde vas a vivir. Cada diciembre con su visita de españa, crecía la incertidumbre sobre mi destino en esta esquina. Me sentí sin techo. Y pasaron uno tras otro los años y yo sin quererla aún, pese a que la pinté y la cuido más que si fuera mía. No hay caso, no tengo química con la casa de Titi.
Hasta hoy.
Porque los milagros ocurren y hoy sentí un ruido nuevo sobre esta cúpula transparente que me cobija día a día. Era el ruido de la nieve acariciándolo todo. Y ese ruido me encantó. Y prendí las estufas y me sentí cobijado. En casa. Abrigado como nunca. Yo sobreviví acá una etapa dura, de cobrar una miseria trabajando como un burro, una separación, el tener a los chicos salteados y pienso que sin este refugio, no hubiera podido superarlo. Hoy las incertidumbres continúan y sigo esperando diciembre como siempre a ver que viene, pero esta vez la vigilia será diferente porque desde hoy a esta casa, la quiero.
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