Los asados en Spegazzini fueron siempre sinónimo de reunión. Esta casa nació como un bonus a mi abuelo por venirse al fin del mundo a cambiarle la cara a la galvanotecnia de una fábrica que por ese entonces producía motos. Un inglés viviendo en italia porque si hay un little italy en argentina, es este barrio de 14 casas detrás de la Gilera. Recuerdo sus asados multitudinarios, con los obreros que mucho después de su muerte siguen recordándolo, como se recuerdan esas personas especiales con las que uno se cruza en la vida. Recuerdo también los asados donde todos los O'Brien nos juntábamos algún que otro fin de semana. Más acá en el tiempo quedaron los asados con mis hermanos, mi vieja y mi abuela, nunca faltaba un invitado. Familia o no, esta casa fue punto de reunión para mucha gente. Los hubo escasos y también desproporcionados, los hubo exquisitos y no tanto, hemos disfrutado o (mucho más) extrañado mollejas pero no importan los ingrediendes, las ganas completan lo que falta. Luego vinieron asados con mis amigos primero y con mi viejo después. Asados con primas de mamá, con sus hijos. Y así, durante casi 40 años, esta casa fue testigo de ceremonias que eran mucho más que tirar carne arriba de las brasas. Durante una etapa que, por algo se escapan los motivos de mi memoria, no hubo asados ya que no había nada que celebrar. Tiempos de visita solitaria a un padre solitario. No había clima de asado. El asado es festejo. Nadie hace un asado cuando se muere alguien; salvo el tano Marzano que lo hizo cuando murió Perón pero por algún motivo tan especial como personal. El asado refleja un estado de ánimo nacional que sólo pueden entender los que vivieron esta tierra, ahora debo pensar en algún uruguayo, pero son casi lo mismo. No hay asado en París. La celebración misteriosa que envuelve la más gaucha de las comidas, es única en el mundo.
Y acá me encuentro, en mi casa, rodeado de verde a punto de prender un fuego. Con mis chicos en lo de mi hermana, con mi viejo preparando el encuentro con sus queridas truchas, con el dueño de casa cabalgando detrás de sus sueños. Sin grampapa ni mamá ni granny. Porque aunque esté solo, hoy tengo mil motivos para estar feliz y es por eso que voy a hacerlo para uno.
¿O no creen amigos míos que eso merece un asado?
Bajo el peso de la ley
Hace casi 20 años Jorge me armó una lista con pelis IMPERDIBLES para conseguir en VHS, cosa que no era nada fácil con algunas de ellas y siempre recordé especialmente: "Down by Law" de Jim Jarmush. Otras glorias estaban anotadas desordenadamente en el papel, como "Stranger than paradise" también de él, "El amigo americano" de Venders o "Eraserhead" de Lynch. No sé por qué pero por una razón u otra, no vi ninguna peli de Jarmush hasta hace muy poco que debuté con "Broken Flowers". Siempre estuve atento a lo que hacía pero no había caso y Bajo el peso de la Ley era una asignatura pendiente, una deuda conmigo. Jor era amigo de Mile (el hijo de Alfredo) y fue también compañero de sueños. Trick era nuestro experimento de diseño en el que aprendíamos y trabajamos durante un tiempo. Vivimos una etapa soñada y Jor era la pata culta de esa banqueta de tres patas. Jor el nene bien, Jor era Europa. Era quien trabajó en Ibiza en un bar en un barco. Quien tenía madre psicóloga y padre médico en España, era el que tenía piné y el único que había salido de Ezeiza para asomarse al mundo. Tenía la experiencia de haber vivido la movida española, la experiencia que los chicos del sur imaginábamos soñando despiertos. Sus amigos eran "hijos de" o gente que salía en las revistas. Sus novias eran especiales (las nuestras eran unas chinitas de barrio sin ninguna expectativa) Tiempo después entendí que pasaba en su baño de Thames y nunca entendí lo que pasaba en su cabeza. Ese mundo que nos describía como un maestro, con algo de vergüenza, me deslumbraba. El ansia de hacer algo importante, de poder recorrer el mundo. De poder estar en Londres, de usar una reja llena de años y de arte como textura para un diseño o tener un libro de Mariscal para poder respirar su talento. Eran las ganas de conocer y hacer.
El tiempo pasó y nuestros caminos tomaron caminos predeciblemente distintos, haciéndose paralelos como si nunca se hubieran tocado. Hoy trabajo a la vuelta de la casa de su suegra y hace poco me crucé con la novia de ese entonces, hoy esposa y madre de sus hijos pero la charla de rutina averiguándo qué nos pasó, no me movilizó. Fue recién al tener "Down by Law" en mis manos, que me acordé de esa lista y de todo lo demás. De las noches de tablas de queso a las 4 de la mañana, las noches sin dormir. De la ropa usada de Key Biscayne que su hermano Fer le regalaba más a mi pobreza que a mi falta de estilo. De la promesa que hicimos de ser los primeros en usar la tipografía Rotis de Otl Aicher; en un juramento que nadie recuerda pero que cada vez que la elijo, recuerdo. De las chicas que pasaron una madrugada preguntando, por un error de dicción mío, ante la salida del sol si teníamos que ir a la fábrica. Del deseo de conocer el Centro Pompidou gracias a sus relatos extensos y minuciosos (quizás porque creía que nunca podríamos ir). De su pedido que no vaya a ver Cinema Paradiso en el cine, evitando así un papelón antológico y junto a otras cosas, recordé mis celos por la admiración que tenía el enano por él.
Todavía no la vi la peli y la guardo para un momento especial, con la misma intriga de hace 20 años, sin la inocencia y sin muchas cosas pero con las mismas ganas de descubrir que desde entonces, a diferencia de la juventud y la belleza, se han mantenido intactas.
El tiempo pasó y nuestros caminos tomaron caminos predeciblemente distintos, haciéndose paralelos como si nunca se hubieran tocado. Hoy trabajo a la vuelta de la casa de su suegra y hace poco me crucé con la novia de ese entonces, hoy esposa y madre de sus hijos pero la charla de rutina averiguándo qué nos pasó, no me movilizó. Fue recién al tener "Down by Law" en mis manos, que me acordé de esa lista y de todo lo demás. De las noches de tablas de queso a las 4 de la mañana, las noches sin dormir. De la ropa usada de Key Biscayne que su hermano Fer le regalaba más a mi pobreza que a mi falta de estilo. De la promesa que hicimos de ser los primeros en usar la tipografía Rotis de Otl Aicher; en un juramento que nadie recuerda pero que cada vez que la elijo, recuerdo. De las chicas que pasaron una madrugada preguntando, por un error de dicción mío, ante la salida del sol si teníamos que ir a la fábrica. Del deseo de conocer el Centro Pompidou gracias a sus relatos extensos y minuciosos (quizás porque creía que nunca podríamos ir). De su pedido que no vaya a ver Cinema Paradiso en el cine, evitando así un papelón antológico y junto a otras cosas, recordé mis celos por la admiración que tenía el enano por él.
Todavía no la vi la peli y la guardo para un momento especial, con la misma intriga de hace 20 años, sin la inocencia y sin muchas cosas pero con las mismas ganas de descubrir que desde entonces, a diferencia de la juventud y la belleza, se han mantenido intactas.
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