No existía Flickr en mi vida, cada vez que apretaba el obturador de una cámara era para encapsular un recuerdo. En ese tiempo, pasado el verano de 2005, fui a visitar a mi hermano a Londres. Encaramos por unas semanas una recorrida por el continente, descubriendo mundos deslumbrantes, francia, suiza e italia me regalaron una inmensidad inesperada. A eso me esperaba de vuelta, en tierras de piratas, una larga estadía para vivir la ciudad de donde provienen la mitad de mis genes.
Días enteros caminando, viendo, sintiendo, aprendiendo. Todo esto cámara en mano tratando de retener en píxeles lo enorme, lo descomunal; pensaba para quién eran esas fotos y tenía una cosa atragantada que no se iba e hizo que me preguntara: ¿son para mí? ¿para los que se sientan ante una pantalla y pierden el interés a los cinco minutos? No, era para compartirlo, no sabía con quien, no sabía para qué. Intuí el deseo de que vean lo que estaba viendo, una necesidad intensa de llevarle (especialmente pero no solo a papá) al mundo lo que me regalaban los ojos. Y así siguieron los días, click, click, click. Hasta que un día entré en el V&A por un poco más arte, con una glotonería casi obscena. El Victoria & Albert Museum está en uno de los barrios que más me gustaron y es uno de los mejores. Así, entre pinceladas, cincelazos, colores, materiales exóticos y entre manos que dieron forma a cosas hermosas, me metí en una muestra de fotografía. Extrañamente quien exhibía no era un fotógrafo sino un director de cine: Abbas Kiorastami. No vi nada de él, ni siquiera hoy; "El sabor de la cereza" sigue siendo un misterio pendulando entre recomendaciones de quienes aman y odian esa peli. Pero esto no se trababa de 24 cuadros por segundo sino de un cuadro y la eternidad. Me emocionaron inmediatamente los blancos fríos de la nieve y la soledad, las sombras y la morfología genial y única de esas fotos que podrían envidiar Cartier Bresson, Avedon, Doisneau o Cappa. Cuando estaba a extasiado en un punto justo, plenamente conmovido, me topé con un texto sobre un gran panel, perfecto, bello, con una tipografía que no podía ser otra y pude entender lo que en esos días me había atormentado. Como en un pizarrón, estaba frente a mí una lección que cambiaría mi vida y que hizo que hoy, cuando estoy detrás de una cámara no haya un hombre, sino un fotógrafo que busca lo mismo que este iraní, con el que me tropecé en una sala allá lejos en un museo de Londres, que dijo:
"Contemplating the clowdysky and the massive trunk of a tree under a magical light is difficult when one is alone. Not being able to feel the pleasure of seeing a magnificient landscape with someone else is a form of torture. That is why I started taking photographs. I wanted somehow to eternalize those moments of passion and pain".
No comments:
Post a Comment