La Milagrosa
Es increíble pero cuando pensamos en el paraíso lo ubicamos lejos, fuera de nuestro alcance. De hecho en la antiguedad los hombres que soñaron a los dioses y sus moradas, lo hicieron en los cielos, en el único lugar a donde sólo se podía llegar con la imaginación. Hoy los paraísos los encontramos en la Polinesia, en la cima de una montaña en el Tibet, en un lago de aguas heladas en el confín del mundo o una playa con arenas pintadas de blanco y aguas de un verde irreal. Pero no. Hay paraísos que están mucho más cerca de lo que creemos y hace unos días me tocó estar en uno de ellos. La noche acompañaba con su calor y el diverso coro animal que puso en escena la naturaleza, acompañaba una guitarra que Vinicius regaba con su alma de poeta y su voz llena de experiencias. Estar bajo las estrellas conversando en el agua de una pileta fue la excusa para tomar un par de Guinnes regaladas, sin saberlo, por la patria de Napoleón en un descuido que voy a confesar intencionado sin ningún tipo de culpa. La noche nos iluminaba mientras se ponía a punto una carne arriba de unas brasas y la conversación dejaba escapar verdades que no debían ser oídas. Ese clima, el reflejo de una ciudad lejana que dibujaba líneas color rosa en un cielo salpicado de eternidad y la tranquilidad que nos da la el campo, me llevaron a pensar que es posible palpar el paraíso. Aquí, hoy. En este país incluso. "La Milagrosa" es una casa que está sobre una lomada a unos kilómetros de Buenos Aires con su perfección austera y el buen gusto que dan los detalles exquisitos, me regaló un momento de calma y paz en medio del revuelo diario a que me somete mi profesión a la cual amo y odio en partes iguales. Dormir lejos de todo, viendo el horizonte que todos deberíamos tener de fondo en nuestras ventanas, me hizo sentir que podemos vivir el paraíso donde querramos. Ojo que no hablo de esos paraísos íntimos como son los brazos de quien hoy me presta su amor. No me refiero a eso. Pienso los lugares que uno no aprecia por falta de perspectiva y por no poder ver dada la corta distancia que la rutina nos deja ante todas las cosas. Recuerdo a mi madre en sus últimos días, reconociendo como su refugio (¿que es un paraíso sino un refugio donde nos sentimos plenos y a salvo?) el lugar del cual siempre escapó. Todos tenemos la posibilidad de convertir en paraíso nuestro mundo, nuestra casa, nuestro living. El patio del fondo o una esquina incluso. Pero no, al imaginar paraísos nos vamos lejos, donde los aviones vuelan infatigables sobre líneas rojas infinitas marcadas en un mapa cada día más chico. Tanto, que el paraíso puede estar al alcance de tu mano.
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