Buenos Aires era un mundo nuevo, un sueño para armar, pero lo más importante: una promesa. Atrás quedaron el mar y el hambre, pero las personas y su tierra estaban con él como si las llevara en los bolsillos. Una de las primeras cosas que hizo fue entrar a un bar buscando algo para engañar el estómago. Lo imagino lleno de vida, de magia y de españoles, ningunos santos de su devoción, con gente hablando a los gritos, que lo hacían sentir menos solo. Se topó con algo sorprendente que nunca olvidaría, una caja de madera con una ventana de vidrio con un cine dentro. Era lo más increíble que alguien podía tener frente a los ojos. Gracias a un Italiano, el mundo tenía la radio, pero en ese entonces, no había llegado todavía la televisión a Italia, estaban ocupados en cosas más importantes después de la guerra. Lo que sorprendió al tano más que nada fue el personaje que hablaba por la pantalla. Le pareció el ser más detestable de la tierra porque seguramente le recordaba al siniestro de negro que hablaba desde Piazza Venezia. Según sus palabras tuvo la certeza apenas lo vió, de que ese hombre era "un terrrrible hico de puta" arrastrando las erres y cambiando la jota impronunciable dándole un peso extra a su puteada.
Buenos Aires lo siguió sorprendiendo y así como nosotros nos sentimos como en casa en Italia, la Argentina lo abrigó y le permitió una oportunidad que hoy ya no le ofrece a nadie. El tano empezó a trabajar enseguida de tornero y mecánico de lo que le caía en las manos; se mudó a una casita, como no podía ser de otra forma a un sur, pero esta vez, del Gran Buenos Aires. En los fondos de Lanús tuvo su primer hogar, donde recibió a su mujer que cruzó también el mundo con su valija llena de telas y deseos. Se casaron y al contrario de otras parejas, ni la muerte los va a separar, no siendo esto tan romántico como parece.
Los inmigrantes de post guerra se suponía que vendrían según el iluminado de la patria "a poblar la patagonia" y "no pasó ninguno del arroyo de Máximo Paz" según mi viejo, cosa que de tan triste, es graciosa. Esa puerta abierta que era la Argentina desde hace dos siglos, sufrió el desplante y un portazo en la cara, años después, cuando la realidad tan cruda y extrema en estas tierras se parecía bastante a la que vivió allá en Tricárico, salvo que con otras balas y otro tipo de escombros.
El personaje que el tano vió ese primer día en la tele y a quien odió toda su vida, al punto de hacer un asado el día que se murió, no era otro que el General Perón.
fin de la segunda parte.