Podría ser un hipócrita, podría hacer de cuenta que me olvidé de vos o podría contarte una anécdota que me pasó hoy, el día del tipo que hizo que mi hermano se llame Patricio y eso es lo que haré.
Me desperté un poco tarde para la hora que me vengo despertando pero hoy necesitaba ir a un lugar tipo 9 así que hice fiaca en la cama. Puse la tele y la ausencia de felicidad en TN, MTV y cuanto canal de música tengo, me hizo caer en HBO y en una peli en particular que me hizo tropezar el zapping.
La escena era en un restaurante. Muy Woody por el díalogo, pero no era opción porque la hubiera visto, de pronto aparece Billy Cristal muy loser y me quedé a verla. Ví el final. Me quedé hasta el último título a ver si enganchaba algo que me facilite la búsqueda en IMDB y por suerte apareció al final, después de los loguitos de Dolby, el título. Era Forget Paris.
Dije, nice, la alquilo y la copio. Como la tele tiene 2 HBO desplazados 2 horas, cuando volví de bañarme (y MTV seguía sin pasar nada) volví a pasar por las pelis y estaba Billy Cristal caminando por París y eso me llevó a recordar el lugar más maravilloso del mundo. Dije, salgo más tarde pero veo un toque más de Paris. Y por las cosas que contaba la peli, me puse a pensar qué es el amor, cómo se producen los desencuentros y lo positivo o no que resultan éstos (nunca podemos saberlo) y caíste en mi cabeza como un piedrazo que rompe una ventana. Caí en la cuenta que fuiste la última mujer de quién me enamoré y que hoy era tu cumple. Me pareció lógico no esconderme en el olvido y quise contarte (ya que de vez en cuando nuestro laburo hace que nos veamos las jetas) que te recuerdo con un sabor bitter-sweet que como la salsa de mismo nombre de KFC, me gusta. Quizás sea porque al llegar a quererte de posta, y despegar el egoísmo posesivo, puedo desearte la felicidad total (no sólo hoy) sin estar ahí con vos, casi como una condición excluyente.
La chica de las zapatillas rojas
Sabía muy poco de ella, casi nada. Él iba a alquilar películas y el ritual de cargar música para las ocho cuadras que lo separaban de su casa lo animaba. Mecánicamente elegía entre la escasez, un par de horas de evasión, de fantasía. El cine era su único escape, la realidad era más tolerable gracias a la ficción. Un día un montón de letras sueltas en una credencial se transformaron en un nombre. Éstos toman significado cuando algo nos llama la atención, se ocultan anónimos hasta que se convierten en un rostro, un cuerpo, una voz, un ser. Ella era una más y pasó desapercibida quién sabe desde cuándo hasta que la cruzó en un pasillo. Volvió a mirarla y notó el contraste de su uniforme corporativo con sus zapatilas rojas, casi el mismo que existía entre ella y el resto de las personas que estaban ahí. Mariana era su nombre pero sería Mariana para los demás, para él sería de ahí en más, la chica de las zapatillas rojas.
Ella tenía una belleza simple, minimalista. Podía entreverse que poseía carácter, su mirada era seria y profunda. Sólo la imaginaba afuera de esa monocromía, sin barreras de cajas registradoras y golosinas. Se preguntaba si era inteligente, sensible, si compartían gustos o si lo haría reir. Quería saberlo todo. Le gustaba. No estaba enamorado pero no podía asegurarlo.
Ver si estaba antes de entrar era algo no compartido con nadie, un instante único. En la tierra no existía quien tuviera una lucha tan desigual e inútil con el destino. Estaba. Ello era motivo que la espera fuera un juego. Cuando faltaba, la espera se tornaba interminable aunque no hubiera nadie. En la fila todo era incertidumbre; evaluaba con astucia si le tocaba o no, calculando personas, tiempos de atención, variables que llegó a descifrar casi con exactitud. Una demora por conseguir cambio podía llevarlo ante sus ojos, ante su sonrisa. Para ella, él no era más que un código de barras. Letras en una pantalla. Todo se encerraba entre “el que sigue” y “tenés hasta el martes”. Absolutamente nada. Lo sabía. El universo entero cabía entre ellos y por momentos imaginaba estrellas arriba de la caja girando inútiles. Nunca le dijo una palabra de lo que sentía.
Siguieron pasando los días como pasaron los meses y los años. Ella un día dejó de trabajar allí y él se mudó. En su recuerdo su cara se fué desdibujando y sólo quedó un boceto, un trazo suelto que retocaba para no perderlo de vez en cuando. Hasta que la olvidó.
Él vivió más de lo que hubiera deseado y se convirtió en hombre primero y en algo peor mucho después. Fué deteriorándose lentamente como su voluntad y una mañana supo con certeza que sería la última. En ese momento tomó conciencia que había desaparecido casi todo, incluso dios. Intentó recuperarlo con una plegaria, acto que abandonó con cordura y algo de dignidad. Nunca había rezado. Preguntó si un cambio en su vida le hubiera hecho descubrir la felicidad, dado un significado. Preguntó lo mismo una y otra vez esperando algo. Sólo el silencio se hizo presente.
Un escalofrío le recorrió al cuerpo al ver una caja que su soledad no le permitía ignorar. Le costó abrirla y en ese instante, no supo si lo que lamentaba era haber desperdiciado una chance o peor aún, haberla tenido. Su memoria iluminó el interior de la caja de donde surgió la respuesta. Ahí estaban, únicas e inconfundibles, sus zapatillas rojas.
Ella tenía una belleza simple, minimalista. Podía entreverse que poseía carácter, su mirada era seria y profunda. Sólo la imaginaba afuera de esa monocromía, sin barreras de cajas registradoras y golosinas. Se preguntaba si era inteligente, sensible, si compartían gustos o si lo haría reir. Quería saberlo todo. Le gustaba. No estaba enamorado pero no podía asegurarlo.
Ver si estaba antes de entrar era algo no compartido con nadie, un instante único. En la tierra no existía quien tuviera una lucha tan desigual e inútil con el destino. Estaba. Ello era motivo que la espera fuera un juego. Cuando faltaba, la espera se tornaba interminable aunque no hubiera nadie. En la fila todo era incertidumbre; evaluaba con astucia si le tocaba o no, calculando personas, tiempos de atención, variables que llegó a descifrar casi con exactitud. Una demora por conseguir cambio podía llevarlo ante sus ojos, ante su sonrisa. Para ella, él no era más que un código de barras. Letras en una pantalla. Todo se encerraba entre “el que sigue” y “tenés hasta el martes”. Absolutamente nada. Lo sabía. El universo entero cabía entre ellos y por momentos imaginaba estrellas arriba de la caja girando inútiles. Nunca le dijo una palabra de lo que sentía.
Siguieron pasando los días como pasaron los meses y los años. Ella un día dejó de trabajar allí y él se mudó. En su recuerdo su cara se fué desdibujando y sólo quedó un boceto, un trazo suelto que retocaba para no perderlo de vez en cuando. Hasta que la olvidó.
Él vivió más de lo que hubiera deseado y se convirtió en hombre primero y en algo peor mucho después. Fué deteriorándose lentamente como su voluntad y una mañana supo con certeza que sería la última. En ese momento tomó conciencia que había desaparecido casi todo, incluso dios. Intentó recuperarlo con una plegaria, acto que abandonó con cordura y algo de dignidad. Nunca había rezado. Preguntó si un cambio en su vida le hubiera hecho descubrir la felicidad, dado un significado. Preguntó lo mismo una y otra vez esperando algo. Sólo el silencio se hizo presente.
Un escalofrío le recorrió al cuerpo al ver una caja que su soledad no le permitía ignorar. Le costó abrirla y en ese instante, no supo si lo que lamentaba era haber desperdiciado una chance o peor aún, haberla tenido. Su memoria iluminó el interior de la caja de donde surgió la respuesta. Ahí estaban, únicas e inconfundibles, sus zapatillas rojas.
Dreams
Siempre soñamos, algunos más que otros. No hablo del sueño cuando apoliyás, el que Sigmund usó para decirnos todo. No. Me refiero a los sueños cuando vas en el bondi, o cuando caminás por la calle sin prestar atención. A los que soñás cuando esperás que te atiendan. O mientras ves algo aburrido en la tele. Sueños que soñamos despiertos. Es increíble cuánto soñamos. Y con qué diversos temas.
Los hay quienes sueñan con sacarse la lotería, con hacer guita, con cambiar el auto, con tener poder o una casa en Malibú. Ferraris, Yates, o con mansiones con la pileta llena de putas como tiene Hugh Hefner. Estar en la tapa de Forbes. Hay quienes sueñan con fama. Fotos, glamour, Hollywood, ser actor, ser modelo. Ser un rock star o ser más ocurrente que Woody Allen. Soñar con belleza, ser más flaco, más alto, tener un six pack o buenas tetas en el caso de las chicas, ser irresistible. Otros con el reconocimiento. Premios, Oscars, Palmas de Oro, D&AD's, Clios, Echos o Pulitzer, el que sea. El nobel. O en inventar algo revolucionario, curar el cáncer. O con terminar la injusticia, el hambre y la corrupción, cosas justas pero aburridas para andar soñando. Soñar con Argentina campeón. O soñar con amor, que es como tema de los insuperables. Quién no? Tener en brazos a Naomi Watts o a la chica del momento o a quien sea y que te quieran bien. Soñar con la felicidad o con un futuro brillante para tus hijos, que es casi lo mismo.
O soñar con estar mejor.
Sueños que son deseos, como los que juntamos en esta fecha para que se nos cumplan el año que viene.
Por eso les digo que creo que lo más lindo, incluso mejor de que se cumplan, es soñar. Soñar todo lo que podamos y cada día ser más imaginativo, más audaz, más piola en nuestros sueños. Ser brillante. No desear giladas de angurriento como tener millones de dólares. Ahí no esta la posta. Desearnos las cosas que hacen que esta vida (que es sueño) valga la pena ser vivida. Total, soñar, no cuesta nada.
Los hay quienes sueñan con sacarse la lotería, con hacer guita, con cambiar el auto, con tener poder o una casa en Malibú. Ferraris, Yates, o con mansiones con la pileta llena de putas como tiene Hugh Hefner. Estar en la tapa de Forbes. Hay quienes sueñan con fama. Fotos, glamour, Hollywood, ser actor, ser modelo. Ser un rock star o ser más ocurrente que Woody Allen. Soñar con belleza, ser más flaco, más alto, tener un six pack o buenas tetas en el caso de las chicas, ser irresistible. Otros con el reconocimiento. Premios, Oscars, Palmas de Oro, D&AD's, Clios, Echos o Pulitzer, el que sea. El nobel. O en inventar algo revolucionario, curar el cáncer. O con terminar la injusticia, el hambre y la corrupción, cosas justas pero aburridas para andar soñando. Soñar con Argentina campeón. O soñar con amor, que es como tema de los insuperables. Quién no? Tener en brazos a Naomi Watts o a la chica del momento o a quien sea y que te quieran bien. Soñar con la felicidad o con un futuro brillante para tus hijos, que es casi lo mismo.
O soñar con estar mejor.
Sueños que son deseos, como los que juntamos en esta fecha para que se nos cumplan el año que viene.
Por eso les digo que creo que lo más lindo, incluso mejor de que se cumplan, es soñar. Soñar todo lo que podamos y cada día ser más imaginativo, más audaz, más piola en nuestros sueños. Ser brillante. No desear giladas de angurriento como tener millones de dólares. Ahí no esta la posta. Desearnos las cosas que hacen que esta vida (que es sueño) valga la pena ser vivida. Total, soñar, no cuesta nada.
Subscribe to:
Posts (Atom)