Quizás la carambola impredecible del destino es un grilla perfecta donde nada es casualidad. Quizás todo lo sea. Por esta bola que te empuja a chocar otra y otra más, terminé en una fiesta de Hip Hop llena de negros con Dj estelares pegándole a los decks con un talento que prácticamente nadie comprende. Para un argento, ver un negro es como ver un marciano. Nosotros teníamos a Rey Charol y al del comercial de chocolate Aguila. Por más chocolate que comamos, seguimos blancos, o marrón o negro villa, pero ese no es negro, es otra cosa. Imagínense un tipo que pasó su vida escuchando del Jazz al Rap pasando por todos los tonos intermedios, estar en medio de una privada con estos gorilas. Monos que vienen en limo, transporte de gatos, que pese a ser negros, no traen mala suerte salvo para tu físico si te agarran en una cama. Curvas de chocolate que no existe el pistolete que las dibuje. Y música que no voy a encontrar en ningún lado, pero que te gusta de una como las cosas buenas. Cervezas desconocidas para esa hora con estómago vacío preludio de lo que seguiría. Acá yo tengo una guía Venezolana que es la que pega con el taco a estas bolas blancas que me llevan de un lado a otro y con ella y su amigo (quien organizó la fiesta negra sin nadie en bolas) siguió la noche, siguió la cerveza y siguió la música, pero de otro color.
Si les digo un bar country, seguro lo asociarán a lo más recalcitrantemente americano, lo que nadie puede tragar sin hacer arcadas. Cuando entramos a este tugurio más oscuro que el color de los Dj de hacía un rato, lo primero que ví fue a una rubia vaquera de pantalón rojo brillante, arriba de la barra, haciendo Hula Hula pero en vez de hacerlo con la cintura, lo hacía con el culo. Todo el white trash, los soldados que matan chicos en Irak, Bush, el petróleo, Allende asesinado por la CIA, el discurso de Fidel en Económicas, se fueron en un cohete a la mierda y lo único que quería era comprarme una Harley, ponerme un pañuelo en la cabeza, usar camperas con águilas y raptarme esa loca para llevarla a Texas. Pueden imaginar lo que me esperaría. La rubia no era la única niña detrás de un estaño de madera que servía de base para un taconeo espectacular. A mí me pierden las rubias y como la contradicción es mi característica principal, me perdí por una morocha con sombrero de cowboy que me sirvió tragos que no recordaré de una manera que no voy a olvidar. Para quienes me imaginan bailando como Charles Ingals, con gente aplaudiendo en una ronda, les digo que no. Pero el rock (y hasta Madonna) suenan mejor en estas cuevas. Cuanto más subía el alcohol, más cantaba. Canciones que nunca supe qué decían, aparecian claras como el cristal y las cantaba como uno más. Esa noche fué la noche de lo diverso, la mezcla, como la cena que preparé a la madrugada, uniendo el mundo en un plato que tenía salsa italiana sobre fideos japoneses.
Los fideos, son chinos. Según me contó un remisero, y como la salsa de soja es negra, todo se une.
ReplyDeleteEn un plato, al mismo tiempo.
O en uno mismo, hasta entender que todo es nada, y nada se parece a todo.