perdida
Piriápolis no es un lugar. Es un momento perdido en el tiempo. Se hace difícil saber cuál es; no es fácil descubrirlo ya que por un segundo parece 1970, pero de pronto pasás por una calle que te deja en 1960. O más atrás también cuando te internás en el laberinto temporal que es el Argentino Hotel, donde la belle epoque dejó un señuelo para que nos enganchemos aún hoy. Piriápolis es un pedazo de Uruguay que parece un boceto extraviado de Cannes que alguien encontró y reconstruyó a su manera. Su rambla, sus escalinatas, sus palmeras y su mini Carlton. Es divertido caminar tratando de adivinar el preciso lugar histórico de cada cosa. Obviamente los carteles tienen el nuevo logo de Pepsi y la gente viste como en cualquier otro balneario. Pero siempre aparece algo fuera de tiempo. No sólo los autos y las casas nos confunden. Es la ciudad que como un giro irónico al retrato de Dorian Gray, permanece en un estado de constante vejez. Estamos en medio de otra dimensión, cautivados con su misterio, su color y su reflejo de gloria que imagino tuvo, no por señales que haya descubierto, sino por esas ganas de tengo siempre de que las cosas hayan sido hermosas por lo menos alguna vez.
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Me pasé un buen rato de esta mañana leyendo sus escritos. Lo disfruté una barbaridad.
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