volare

Me encanta volar. La adrenalina del despegue, el envión en la panza cuando sube y dobla, sumado al descontrolado sistema auditivo que pide explicaciones tapándose y destapándose con desesperación. El traqueteo del aterrizaje, las vistas del cielo dado vuelta. Nunca tuve pánico de volar y desde hace unos años desapareció el miedo por completo transformándose en disfrute. Ojo que mientras escribo esto, hay una saranda a pleno, sacudiéndose todo como en un samba. Pero confío en los 767, confío en la Boeing y en Airbus. Hay mitos a favor y en contra de los aviones y algunos son infundados, otros no tanto. Veamos un par. Hoy mis chicos pontificaban la calidad de la comida de avión y decían que no había cosa más rica ni en la tierra ni en el aire. Quien haya comido en mi casa sabe que cocino relativamente bien (es sabido que Anthony Burdain ha insistido sin éxito durante años que lo invite a cenar pagando él los ingredientes) por lo cual toda duda sobre el paladar de mis críos es infundada. Les traté de hacer entender que les gusta por el simple hecho de ser sinónimo de vacaciones, de felicidad. Es la asociación más linda que hay y me pasa algo parecido. Creo que habría que hacer la prueba de darle de comer algo verdaderamente exquisito a un grupo de gente que viaje en avión a un campo de concentración o a laburar y que durante el test los traten como corresponde (trato que suele ser muy parecido en ambos casos paradógicamente), les griten, los maltraten, les paguen una miseria (aclaro que este punto aplica para el campo de concentración ya que con el trabajo es una condición intrínseca), no los incentiven y los valoren menos que a un copo de caspa de una gata peluda, experiencia infernal pero servido todo en una vajilla que la misma Catalina de Rusia envidiaría.
Luego a esos mismos individuos los llevás a Walt Disney World, 12 días todo garpo y en el viaje le servis una comida que raya la repugnancia todo en bandejita de aluminio, hirviendo y sin sabor. Además, durante toda la estadía de regocijo y felicidad le sacás el relleno a los ravioles, le ponés wasabi al postre y evitás todo mimo al sentido del gusto. ¿Qué creen que va a pasar cuando en condición neutra les demos de probar los mismos platos? ¿Qué asociarán?
Algo parecido pero en otro sentido, ocurre con la comodidad de los asientos. Un cristiano que vive en adrogué y viaja a belgrano, se pasa diariamente 4 o 5 horas en un asiento de plástico en el mejor de los casos. Lo apoyan, estrujan, le pasan temas a todo volumen de Ricardo Montaner, sus compañeros de viaje lo aromatizan con escencias guaraníes o con poet del altiplano, escencias que te acarician las fosas nasales de una manera inolvidable. Estoicamente soporta eso día tras día. Pero si llega a tocarle a esa misma persona en un avión: el asiento duro, que se inclina poco, está pegado al de adelante, no tiene almohadita o frazada, como puede ocurrir por ejemplo en American Airlines: "¡Ahhhhhh, no señor!" Es como el poroto en la cama de la princesa. Inaguantable. Y por más que vayamos a Montevideo nos sentimos larvas infrahumanas por viajar en esas condiciones.
En los aviones por más que vueles por trabajo la gente (será por un temor latente marca cañón) está en un estado de "Sonrisa a flor de labios" excepto cuando volvés desde Miami y te toca un regimiento de argentinos shoppineros que dejaron el Sawgrass en un estado similar a Bagdad tras el paso de los bombarderos de Bush. Peleas por llenar de bolsos los compartimentos, reclinadas de asiento cuando el capitan pide que en el despegue dejen sus asientos verticales. Caminatas y gritos entre amigos de estos desde la fila 9 a la 36. No quiera Dios que comparta el vuelo con un par de grupos con hijos pre-adolescentes porque es preferible que te ocurra lo mismo que pasa en Lost.
Dentro del avión existe un comunismo real donde nadie puede darse corte. Si volás por Lloyd Aéreo Boliviano, de Inglés sólo vas a obtener la primer palabra de la marca. Pasajes en el topolin de Cadorna Airlines o la oferta de despegar.com de vuelan 16, paga uno, Nadie puso un mango más que el que tiene al lado, excepto los de las primeras filas. Los agraciados con la posibilidad de volar en Business (asientos que pagan en su mayoría Compañías multinacionales) son otra historia. Sólo por poder dormir acostados y tener un menú aceptable, nos miran como si fueran miembros de la cúpula de Hittler y nosotros tuviéramos trajes a rayas con estrellas amarillas en el pecho. Si no fuera porque las autoridades están sensibles con las actividades dentro de las aeronaves en vuelo, nos escupirían y solicitarían derecho de vida como en la antiguedad. Hablando de sensibilidad por la paranoia terrorista, les cuento que a unas 8 filas adelante mío hay un musulmán con turbante bordó que todos sabemos significa: "preparado para inmolarse en nombre de Alá" a diferencia del turbante blanco que reza: " no me da volarte en pedazos pero dame una chance y tu nariz no va a estar más cerca de los ojos salvo que trabajen los de CSI en doble turno". Buena onda el árabe, acaba de ir al baño y pasar cerca mío sonriendo a troche y moche. Espero que no alcance a leer porque este último párrafo puede llevarme tras una quirúrgica incisión en el fuselaje producida por un chicle con trotil (que suelen llevar para ocasiones como ésta) a unos metros más alto de los 33.000 pies en los que estoy.

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