volví

volvidejapon, volví de chicago, volví de la DMA, volví de new york, volví de chelsea, volví de soho, volví de brooklyn, volví de harlem, volví del village, volví de times square, volví del subway y volví de las caminatas eternas, volví de broadway, volví del Met, volví del MoMA, volví de Central Park, volví de un lugar que amo y volví de estar con la mujer que amo. Volví a casa, volví a laburar, Aunque nunca me fui, volví.

La tranquilidad de saber quién soy

Mientras caminaba oliendo a canela por los pasillos del George Bush Airport, imaginando un latte en starbucks apenas llegue a Chicago. A paso firme, disfrutando de la vista y habiendo sido prácticamente el último en la aduana, veo con desesperación cuando llego a la "no puede estar más lejos" puerta 35 que perdí mi avión. Sip, algún día me iba a tocar. Influyó quizás que no tengo reloj y el celu me marca la hora de Holanda, no tenía idea de lo cerca que estaba de la catástrofe. Encima la desesperación no es todo lo que me corre por el cuerpo aparte de los litros de nerviosa transpiración, cuando estaba en la fila de la aduana, trataba de recordar cómo había sido el trámite en argentina para declarar la preciosura blanca que tengo en mis rodillas mientras tipeo esto. Ahí me doy cuenta que NO declaré la mac. Pánico, frío por la nuca, sucesión de excusas que redacté a la velocidad del rayo. No puedo creer ser tan pelotudo. A mi favor está el tema de la excitación, de tener que encontrarme con Luli acá y allá (acá la excitación no tiene nada que ver) y entre trámite y trámite colgué. Aparte, desde que salí de la agencia el viernes, cada noticia es más apocalíptica que la anterior: "Gral Paz a paso de hombre", "huelga en migraciones", "translado de Aeroparque a Ezeiza", pa, pa, pa. Suena a escusa pero estoy fuera de eje como si a la tierra la hubiera chocado júpiter.
Parece que estoy entrenando para las "Olimpíadas de Imbecilidad 2007" con altas posibilidades de destronar a todas las ejecutivas de cuentas de mi trabajo, batiendo todos los records, al tener una ausencia de sinapsis asombrosa.
Por lo menos tengo el celular, la macbook (por ahora), una linda vista a un bosque texano con aviones que van de acá para allá y una baranda en los sobacos más acorde a lo que soy: un negro de spegazzini.

Mi vida sin iPod

Por un error de cálculo* estuve sin iPod desde febrero y nunca me hizo tanta falta como en este momento. Se comprobó científicamente que existen pocas actividades donde este aparatito de la manzana no es imprescindible para ser feliz. Uno de ellas es arrojarse en valerosos clavados desde los acantilados en Acapulco, otra es durante el acto amatorio, siempre dependiendo de la compañía de turno, elegida o subastada (en Minessota una mujer logró tras un juicio controversial, el permiso para escuchar su iPod "de forma terapeútica", durante el acto sexual, cosa que causó revuelo en otros estados y la renuncia de la plana mayor de la Corte Suprema de Massachusetts) El resto de las actividades humanas se mejora notablemente con música aplicada directamente al fondo de los canales auditivos, al punto tal que a veces, merece la pena vivir. Pero no, hoy tengo una macbook en la bandeja y varios gigabites de gloriosa música pero brilla por su ausencia la conexión entre esta maravilla de la tecnología y mis oídos. Para peor, la compañía que me está llevando a Chicago, dispone de una variada y muy aceptable cantidad de opciones en sus canales de audio. Es más, hizo una de las emisoras que utilice el set de auriculares gratuitamente provistos para desfrutar de muy buenos tracks. Al conectarlos es imposible discernir entre el ruido que viene directamente de la turbina (por eso traen dos plugs para conectar) donde los ingenieros de la Roll Royce monitorean el correcto funcionamiento de éstas y el otro canal que es para la música que decodificaría con más facilidad si nos alcanzaran la partitura en braile del último hit de David Guetta. La calidad de los auriculares de Continental Airlines es extraordinaria (porque es más ordinaria que lo establecido como mínimamente aceptable por la cuarta enmienda de la constitución de los Estados Unidos) Creo sin temor a equivocarme que si la fábrica de jugos Mocoretá fabricara éstos accesorios, lo haría con mayor éxito. Toda esta situación me la gané porque no puedo cargar ni un miserable auricular, como el que uso en mi trabajo, ya que voy a ingresar al país un cargamento tan grande de iPods de última generación, que me puede llevar a la etiqueta del Whisky Old Smuggler sin escalas.

No hay caso, la falta de fidelidad en la música, me saca de quicio más que la falta de felicidad; porque aunque "suene" extraño, comparten algo más que un manojo de letras.


* error de cálculo sólo comparable al del Rey Mago Baltasar cuando visitó, para entregar souvenirs, un campamento del Ku Klux Klan en Carolina del Sur en enero del 65.

volare

Me encanta volar. La adrenalina del despegue, el envión en la panza cuando sube y dobla, sumado al descontrolado sistema auditivo que pide explicaciones tapándose y destapándose con desesperación. El traqueteo del aterrizaje, las vistas del cielo dado vuelta. Nunca tuve pánico de volar y desde hace unos años desapareció el miedo por completo transformándose en disfrute. Ojo que mientras escribo esto, hay una saranda a pleno, sacudiéndose todo como en un samba. Pero confío en los 767, confío en la Boeing y en Airbus. Hay mitos a favor y en contra de los aviones y algunos son infundados, otros no tanto. Veamos un par. Hoy mis chicos pontificaban la calidad de la comida de avión y decían que no había cosa más rica ni en la tierra ni en el aire. Quien haya comido en mi casa sabe que cocino relativamente bien (es sabido que Anthony Burdain ha insistido sin éxito durante años que lo invite a cenar pagando él los ingredientes) por lo cual toda duda sobre el paladar de mis críos es infundada. Les traté de hacer entender que les gusta por el simple hecho de ser sinónimo de vacaciones, de felicidad. Es la asociación más linda que hay y me pasa algo parecido. Creo que habría que hacer la prueba de darle de comer algo verdaderamente exquisito a un grupo de gente que viaje en avión a un campo de concentración o a laburar y que durante el test los traten como corresponde (trato que suele ser muy parecido en ambos casos paradógicamente), les griten, los maltraten, les paguen una miseria (aclaro que este punto aplica para el campo de concentración ya que con el trabajo es una condición intrínseca), no los incentiven y los valoren menos que a un copo de caspa de una gata peluda, experiencia infernal pero servido todo en una vajilla que la misma Catalina de Rusia envidiaría.
Luego a esos mismos individuos los llevás a Walt Disney World, 12 días todo garpo y en el viaje le servis una comida que raya la repugnancia todo en bandejita de aluminio, hirviendo y sin sabor. Además, durante toda la estadía de regocijo y felicidad le sacás el relleno a los ravioles, le ponés wasabi al postre y evitás todo mimo al sentido del gusto. ¿Qué creen que va a pasar cuando en condición neutra les demos de probar los mismos platos? ¿Qué asociarán?
Algo parecido pero en otro sentido, ocurre con la comodidad de los asientos. Un cristiano que vive en adrogué y viaja a belgrano, se pasa diariamente 4 o 5 horas en un asiento de plástico en el mejor de los casos. Lo apoyan, estrujan, le pasan temas a todo volumen de Ricardo Montaner, sus compañeros de viaje lo aromatizan con escencias guaraníes o con poet del altiplano, escencias que te acarician las fosas nasales de una manera inolvidable. Estoicamente soporta eso día tras día. Pero si llega a tocarle a esa misma persona en un avión: el asiento duro, que se inclina poco, está pegado al de adelante, no tiene almohadita o frazada, como puede ocurrir por ejemplo en American Airlines: "¡Ahhhhhh, no señor!" Es como el poroto en la cama de la princesa. Inaguantable. Y por más que vayamos a Montevideo nos sentimos larvas infrahumanas por viajar en esas condiciones.
En los aviones por más que vueles por trabajo la gente (será por un temor latente marca cañón) está en un estado de "Sonrisa a flor de labios" excepto cuando volvés desde Miami y te toca un regimiento de argentinos shoppineros que dejaron el Sawgrass en un estado similar a Bagdad tras el paso de los bombarderos de Bush. Peleas por llenar de bolsos los compartimentos, reclinadas de asiento cuando el capitan pide que en el despegue dejen sus asientos verticales. Caminatas y gritos entre amigos de estos desde la fila 9 a la 36. No quiera Dios que comparta el vuelo con un par de grupos con hijos pre-adolescentes porque es preferible que te ocurra lo mismo que pasa en Lost.
Dentro del avión existe un comunismo real donde nadie puede darse corte. Si volás por Lloyd Aéreo Boliviano, de Inglés sólo vas a obtener la primer palabra de la marca. Pasajes en el topolin de Cadorna Airlines o la oferta de despegar.com de vuelan 16, paga uno, Nadie puso un mango más que el que tiene al lado, excepto los de las primeras filas. Los agraciados con la posibilidad de volar en Business (asientos que pagan en su mayoría Compañías multinacionales) son otra historia. Sólo por poder dormir acostados y tener un menú aceptable, nos miran como si fueran miembros de la cúpula de Hittler y nosotros tuviéramos trajes a rayas con estrellas amarillas en el pecho. Si no fuera porque las autoridades están sensibles con las actividades dentro de las aeronaves en vuelo, nos escupirían y solicitarían derecho de vida como en la antiguedad. Hablando de sensibilidad por la paranoia terrorista, les cuento que a unas 8 filas adelante mío hay un musulmán con turbante bordó que todos sabemos significa: "preparado para inmolarse en nombre de Alá" a diferencia del turbante blanco que reza: " no me da volarte en pedazos pero dame una chance y tu nariz no va a estar más cerca de los ojos salvo que trabajen los de CSI en doble turno". Buena onda el árabe, acaba de ir al baño y pasar cerca mío sonriendo a troche y moche. Espero que no alcance a leer porque este último párrafo puede llevarme tras una quirúrgica incisión en el fuselaje producida por un chicle con trotil (que suelen llevar para ocasiones como ésta) a unos metros más alto de los 33.000 pies en los que estoy.

chicago

Me voy a chicago en unas horas, tierra de gánsters, de ley seca, de arquitectura, de arte y de matanzas famosas. Lugar de grandes fuegos, es la ciudad donde le gusta correr al viento. Sede del buen jazz, de los Blues Brothers, de los vuelos de Jordan, de los Bears y los Cubs. Estoy con erizos en la panza como siempre que voy a un lugar nuevo. Y luego, voy a ver a mi gran amor, a mi Spegazzini VIP. Me junto con mariana para disfrutar un poquito de Otoño en Nueva York, sin Winnona, sin Richard, pero con amigos. Pronto verán fotos en flickr y espero contarles historias, anécdotas o cuentos. Voy a por ti NYC, una vez más, con gusto a última pero con las ganas de siempre. Chau, si se cae el avión no me lloren. He sido feliz.

Alfredo

Alfredo vino de Italia de chico, sin su papá a quien esperó en vano en una estación de tren. Su padre se fue a otro país y las cartas llenas de amor, cada vez se distanciaron más, el espacio entre ellas se hizo tan grande como la ausencia en su alma. Pasaron los años y el enojo del abandono no impidió que, como tantos otros, mire para adelante y labure de sol a sol en su mercadito. Siempre con "coraggio e cuore contento", un día conoció a Antonia, tuvo un hijo, y otro, y otro y otro más. Aprendió sin tener de dónde a ser padre. Una noche soñó que abrazaba al suyo y lo perdonó, con la palabra papá todavía en su boca despertó llorando y ahí empezó a quererlo. Fruto de los barcos, este tano de Calabria hizo lo que pudo y alcanzó a ver cómo sus vástagos rebeldes echaron raíces. Soportó estoico la música y que su casa fuera la de muchos chicos más. Como yo, cuando vimos Cinema Paradiso con él, mostrándonos lágrimas inéditas; vivíamos en esa comunidad donde nuestro arte lleno de pinturas salpicaban las guitarras y los amplificadores.
Un día se hizo viejo y el Alfredo que se cuidaba (fue un new age de la primera hora) dejó el mercadito y pasó sus días disfrutando con su mujer, la naturaleza y la tranquilidad en la casa de Glew. Quinta de verduras, frutales y verde, subía a podar los árboles alcanzando alturas de equilibrista. Vivió feliz ese degradee de retiro, hasta que un día el cuidarse no alcanzó y tuvo un ataque que lo hizo perder por ahí. Años de esperar en vano el milagro y que nos devuelva el Alfredo de risa franca y mirada pícara.
Ayer lo vimos ir y no quiero que esto los ponga triste, porque sé que ahora mismo hay un chico corriendo por el cielo buscando a alguien que imaginó una vez y que cuando lo vea, antes de fundirse en un abrazo eterno, le va a gritar bien fuerte: "ciao babbo!"

alicia

Y de pronto, por seguir al conejo blanco que tenía una pequeña mancha, una estrellita naranja en la frente, me encontré dentro de su madriguera que de pronto torció bruscamente hacia abajo y comencé a caer. Así comenzó mi viaje y mientras caía ininterrumpidamente pasé la noche rodeada de oscuridad y destellos de color. Lo primero que hice fue nadar en el mar, profundo, rodeada de ballenas que me envolvían en una danza azul oscura, como un feto, daba vueltas ante la ausencia de gravedad y sentí la suavidad del agua y piel. Los caleidoscopios de arabescos y serpientes multicolores me dejaron un tiempo observando dentro mío, presenciando mi desmaterialización, la mezcla de mis brazos con las volutas de color y luz que envolviéndose hacia adentro (como yo) como una crema batida a mano. Fui serpiente, fui cerámica, tela, luz, madera, cables, lápices de colores, fui viento y fui sol, fui vos y fui yo. Mientras caía y caía en el pozo sin fin me preguntaba: ¿Comen murciélagos los gatos? Una vez mezclada lo suficiente llegué al fondo, me asomé en plena oscuridad y escuché: ¡Válganme mis orejas y bigotes, qué tarde se me está haciendo! volvió a pasar el conejo y lo perseguí corriendo. Esperaba alcanzarlo y como un ángel se metió en mí. Como una parte que me completa, que me hace un todo. Pensé que extraño! de pronto estaba dentro mío, era yo también.
Encontré una botella que decía "tomame" y luego de ver la etiqueta, lo hice de un trago. -¡Qué sensación más extraña! me dije. Me debo estar encogiendo como un telescopio. Así quedé pequeña, de 25 cm; anduve por ahí hasta que encontré una caja de cristal con un pedazo de pastel que decía "comeme" así lo hice y empecé a estirarme. ¡Curiorífico y curiorífico!
Lo más raro fue que apareció un gato sonriente. Le dije de pronto: ¿podrias decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar - dijo el Gato.
No me importa mucho el sitio... le dije.
Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes - me dijo.
... siempre que llegue a alguna parte - agregué como una explicación.
¡Oh, siempre vas a llegar a alguna parte -aseguró el Gato--, si caminas lo suficiente!
Y caminé un rato largo, No me crucé con ningún sombrerero loco, no me senté a tomar el té. Lo único que había era un bosque, un camino y detrás de un árbol apareció mi mamá. Me habló de mi hermana, que no la deje sola, que la cuide. Justo yo, lejos de todo, en el otro lado del mundo, luego de haber viajado por toda la tierra a través de un hueco, siguiendo un conejo blanco me encontraba ahí cara a cara con la Reina de Corazones. Me fui corriendo de ahí y después de un gran trecho,
bajo una lluvia de luz de rayos verdes, que se tornaron azules pude ver al rey quien me dijo un par de cosas que me hicieron feliz, me sentí amada por él, me dijo que era una gran chica, que era valiosa, que era un ser valioso. Su voz y su pregunta: "acá me tenés, tanto que querías verme" no pude decirle nada, me quedé muda, sin palabras. Escuchando temblorosa. Llena de felicidad.
Pero no habría juicio como en el cuento y no había naipes por doquier. Salí de ahí con mi hermana que me vino a buscar y me llevó corriendo por una ciudad que pasaba en cámara lenta. Llegué a casa y las cosas me saludaban alegres. Me lavé las manos y con alegría comprendí que en mi vida tenía todo para ser feliz, era cuestión de tomarlo, como ocurría con el chorro de agua que se me escapaba de las manos, me quité el anillo que llevaba puesto y dejé que la corriente pase a través de él, como un barril sin fondo que dejaba que todo pase, sin control. Pensé en irme a dormir pero quería que ese sueño no termine nunca y me miré fijamente en el espejo, contenta por entender que todo lo que necesitamos a veces está más cerca de lo que pensamos. Sin necesidad de correr detrás de nadie preocupado por llegar tarde, sino cerrando la mano y atrapando así un poco de agua para quitarnos la sed, y llenarnos de a sorbitos de algo que no puedo ahora describir porque siento en mis manos la guirnalda de margaritas que estaba tejiendo antes de perseguir ese conejo blanco y caer, o mejor dicho, despertar.